descubre los últimos avances científic0s...
Salomé Bragado Durante millones de años y la naturaleza produjo seres gigantescos en todos los continentes, como si quisiera insistir en que el tamaño podría ofrecer alguna ventaja. Sin embargo, sobrevivir no era cuestión de talla. Ralph Von Königswald buscaba dientes de dragón en el oscuro y desordenado interior de las farmacias chinas. Como buen paleoantropólogo de principios del siglo pasado, Königswald sabía que en estas boticas de la medicina tradicional china vendían toda suerte de fósiles bajo el nombre de ‘dientes de dragón’ entre los que se encontraba, de vez en cuando, aquello que buscaba: huesos de hombres primitivos. Tras hallar fragmentos de diferentes animales prehistóricos, aquella mañana, Königswald dio con algo que lo dejó sin respiración: enterrado en una pila de pequeños fósiles había un molar con aspecto humano, pero del tamaño de una cereza. Era tres veces más grande que ninguno de los que había visto antes. Durante años, el paleoantropólogo buscó la pista de este ser, encontrando más dientes similares. Convencido de que había dado con una especie nueva, el mono gigante. Gigantophitecus se descubrió el mayor antropoide que haya existido, un pariente del orangután que vivió en China hace un millón de años y pudo medir hasta tres metros y pesar más de quinientos kilos. Hace 300 millones de años gigantescos artrópodos propios de una pesadilla poblaban las selvas que cubrían la mayor parte del planeta. Las plantas vasculares habían proliferado de forma exponencial y la concentración de oxígeno permitió a este grupo que respira directamente a través de su piel adquirir tamaños como nunca. Meganeuropsis, un grupo de Libélulas de casi un metro de envergadura, se convirtieron en los insectos más grandes de la historia. Escorpiones gigantes, cucarachas y arañas de medio metro, enormes cochinillas y pulgas de varios centímetros poblaban la Tierra. Para su desgracia, los cambios en la composición de esta atmósfera terminaron con ellos para siempre.
0 Comentarios
Alma García James Allison y Tasuko Honjo ganan el Premio Nobel de Medicina 2018, por su contribución a la inmunooncología:
El biólogo estadounidense James P. Allison y el médico japonés Tasuko Honjo tienen mucho más en común que el último premio Nobel de Medicina que ayer les concedió la academia sueca. Ambos conocen al enemigo desde dentro porque fueron enfermos de cáncer o lo vivieron muy de cerca en sus seres queridos. Pero también porque llevan años defendiendo la inmunoterapia, una estrategia contra el cáncer que no siempre gozó de la popularidad que hoy tiene. El Instituto Karolinska de Estocolmo celebró ayer la concesión de este nobel de Medicina por la participación de los dos científicos en un hallazgo que constituye un hito en la lucha contra el cáncer. MD Anderson Cancer, vio que bloqueando una molécula se desencadenaba una reacción inmune capaz de destruir de manera específica las células tumorales. Después de un tiempo de espera, en el laboratorio se aprobó Ipilimumab de la farmacéutica Bristol-Myers Squibb, el fármaco consiguió mantener con vida a enfermos con melanoma metastásico que nunca hubieran sobrevivido más allá de un año. Después llegaron nuevos medicamentos y combinaciones de tratamientos inmunoterápicos. Alma García Investigadores de la clínica Mayo y de la universidad de California consiguen que un parapléjico desde 2013 vuelva a recuperar su capacidad para caminar.
Un equipo de investigadores de la Mayo Clinic y la Universidad de California en Los Ángeles (Estados Unidos) ha conseguido, a través de la estimulación eléctrica de la médula espinal y la fisioterapia, que un hombre parapléjico desde 2013 vuelva a recuperar su capacidad para caminar. El joven, ahora de 29 años, se lesionó la médula espinal en las vértebras torácicas en la mitad de la espalda en un accidente de moto de nieve. Le diagnosticaron una pérdida completa de función por debajo de la lesión, lo que significaba que no podía moverse o sentir nada debajo de la mitad de su torso. En el estudio, que comenzó en 2016, participó durante 22 semanas en terapia física, y después le implantaron quirúrgicamente el electrodo. En el estudio, los investigadores explican que, gracias a un estimulador implantado en la zona de su médula espinal que no estaba conectada con el cerebro, el hombre puede caminar con un andador que tiene ruedas delanteras y la ayuda de los entrenadores, que le prestan asistencia de forma ocasional. La médula espinal del hombre fue estimulada por un electrodo que le había sido colocado, permitiendo a las neuronas recibir la señal de “quiero pararme o dar un paso”. La ciencia cada vez avanza más, y acabará logrando grandes cosas. Alba Pérez Hay dos maneras de gozar de la experiencia única de nadar con el inofensivo tiburón ballena en Filipinas. Una, ecológica, frente a la costa de Donsol, a 350 kilómetros al sureste de Manila.
Tras un vídeo de presentación en el que se te explican las normas de interacción, saldrás a aguas abiertas con tu barco. Parte de la tripulación oteará el mar con la intención de encontrar una mancha negra con puntitos. Cuanto ellos te indiquen, saltarás junto al guía y podrás ver a estos animales libres sin necesidad de que se les alimente. La otra, invasiva, a unos 400 kilómetros al sur, en Oslob, en la isla de Cebú, ya convertida en el destino número uno para esta práctica, que allí genera más de 1 millón de dólares al año, con casi 300 visitantes al día. En Donsol, no pasan de 100. El motivo: el tiburón ballena visita esas aguas solo durante los primeros seis meses del año, y salir a verlo en barco no garantiza avistarlos ni nadar con ellos. En Oslob, en cambio, la certeza de nadar con estos gigantes es total. Pero hay trampa: allí se los alimenta de forma artificial para asegurar su presencia. En la pequeña población de Taw-Awan, al sur de Cebú, los pescadores empezaron a alimentar hace unos años a estos animales con uyap (una mezcla de gambas y crustáceos) para alejarlos de sus redes. Lo que comenzó siendo una técnica de pesca más, se transformó rápidamente en una atracción de turismo que está trayendo muchísimas consecuencias negativas para estos gigantes del mar. En primer lugar, a pesar de que este compuesto no les brinda los nutrientes necesarios para estar bien alimentados, les hace estar cautivos. En vez de migrar miles de kilómetros, como vienen haciendo desde hace miles de años, se quedan por la zona, volviendo cada día en busca de esos barcos que los alimentan con esa pobre mezcla. Esto hace que se modifiquen los patrones migratorios de su especie, que no llegan a completar su ciclo biológico, pudiendo también afectar a sus patrones de reproducción. Todo ello lleva, consecuentemente, a su posible extinción. De hecho, se ha comprobado que algunos tiburones ballena se han quedado en Oslob durante más de un año. No es una experiencia respetuosa y los pone en peligro. |
AutorDIRECCIÓN: Archivos
Octubre 2018
|