ideas y pensamientos personales...
“La triste historia de África es que siempre que se encuentra algo de valor, sus habitantes sufren y mueren en la miseria” dijo Edward Zwick en Diamante de Sangre. La historia del continente ha estado plagada de injusticias, guerras, hambruna, explotación y dolor que solo han sufrido los habitantes del pueblo llano, los “pobres negritos del áfrica”. Hoy en día la gran mayoría de los habitantes de zonas desarrolladas como Europa o América se compadecen de esta cruel realidad, pero las acciones para revertir la situación son pocas, casi inexistentes. En el fondo, África es un continente tremendamente rico; por tanto, ¿por qué el mañana de los africanos se pinta tan mísero y pobre?
Los antecedentes más evidentes a la pobreza africana se remontan a la época del colonialismo. Con el único objetivo de tomar toda la materia prima que necesitaban las incipientes industrias europeas y americanas, los colonizadores acudieron a África y la saquearon. Nunca se tuvieron en cuenta los deseos de aquel hombre africano al que le estaban robando lo que era suyo. Este saqueo también incluyó el desfalco del mayor valor de este continente: su gente joven. Millones de esclavos partieron hacia Europa o América, donde trabajaron como animales cuyo esfuerzo enriqueció a aquellos grupos poderosos que podían decidir el futuro de su continente. Evidentemente, el colonizador sabía que un africano educado se convertiría en un rebelde pensador, un problema cuya solución era no educarlo, hacerle creer que no era un humano, sino una mercancía, lo que supuso una lección letal para las aspiraciones de sus gentes. Por otro lado, la corrupción ha jugado un papel clave en el sub-desarrollo del continente. Se estima que esta cuesta 60.000 millones de dólares a las arcas públicas de los países africanos cada año; se ha creado una cultura en la que el corrupto es el gobernante común, y el honesto, el walaza damu (dormido), la excepción. Los propios gobernantes ejercen un despotismo tan exagerado que no respetan ni siquiera la constitución de su estado, la cual varía frecuentemente para favorecer al presidente de turno. Estos presidentes son elegidos en unas pseudo-elecciones en las que reina la manipulación del voto y el fraude, lo que hace que una jornada electoral en África se convierta en una guerra entre civiles y políticos. En este continente, la sangre es la moneda de cambio: de los 53 países que lo forman 32 han sufrido guerras a cada cual más cruel. La cultura tribal era dominante cuando llegaron los colonizadores, los cuales dividieron y juntaron tribus enemigas para evitar que estas pudiesen rebelarse contra ellos. Esta creación de estados artificiales provocó un cisma en la sociedad que incluso hoy en día observamos en guerras salvajes como la de los Hutus contra los Tutsi en el Congo y Ruanda, que ha provocado 5 millones de muertos. En conclusión, África nunca logrará la “paz consigo misma” que deseaba Nelson Mandela a no ser que logre acabar con la avaricia de sus gobernantes y la violencia de sus pueblos. Podríamos dejar de dar discursos emotivos en pro de los “pobres negritos del África”, podríamos dejar de extender el tópico del africano que es pobre, no tiene nada y al que hay que ayudar; podríamos comenzar a salvar África salvando a su gente. El africano estará más cerca de la libertad y prosperidad cuando desde occidente se promueva su educación, cuando se promueva una economía diferente a la actual agricultura de supervivencia dependiente de las lluvias, cuando se promocione la democracia real, cuando se deje de ver a África como tierra rica de materias y se comience a verlo como un lugar rico en personas y culturas. Todos tenemos indirectamente la culpa de que África no evolucione: es muy fácil condenar su miseria, pero mientras tanto seguimos apoyando el conflicto del Congo por el coltán que necesitamos en nuestros móviles, televisores, ordenadores, cocinas… La razón por la que no se hace nada serio por África es que quizá la veamos como un estorbo, algo inútil. La verdad es que mientras otros han llegado a la Luna, en África no saben si mañana habrá desayuno.
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Autores·Padre Benicio Archivos
Mayo 2018
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